martes, 29 de septiembre de 2015

La luna y el sol

Estamos hartos de oír que los sentimientos tienen que ir por encima de todo. Haz lo que sienta tu corazón. Elige la carrera que te llene, y no la que tenga más salida. Lanza una moneda al aire y, justo antes de caer, pensarás: "ojalá salga cruz". Todos hemos escuchado frases como "quien no arriesga, no gana", "la ilusión mueve el mundo" o "te tiene que gustar a ti".  En cada decisión importante nos pasamos grandes períodos de tiempo barajando diferentes opciones. Incluso puede que las tuviéramos elegidas. Pero no es hasta el último momento cuando nos damos cuenta de cuáles son nuestros sentimientos, por más que luchemos contra ellos, lo que realmente queremos. Por eso existen frases como:  "lo dejó plantado en el altar" o "no se presentó a la entrevista de jefe de ventas de aquella multinacional de coches de lujo". Estamos hartos de oír discursos épicos sobre las decisiones de la vida. Cada día al levantarnos pensamos las cosas que nos gustaría hacer, seguido de un: "pero tengo que…". Ser feliz no es hacer lo que te da la gana, sino amar con toda tu alma lo que haces. Para eso tienes que elegir, y tienes que elegir bien. Por eso tienes que amar lo que eliges. Yo no me fío de una persona a la que no le apasione lo que hace. Significa que no sabe elegir. Que no sabe amar. Que no sabe vivir. No se trata de poner los sentimientos por encima de todo. Los sentimientos son todo. No es un apartado de tu vida que tengas que elevar a rango mayor. Es una esencia que debe estar presente en todos y cada uno de los aspectos de tu vida, en todos los momentos. Los sentimientos son el motor de nuestro mundo, y la ilusión alimenta esos motores. Por eso yo me rodeo de personas a las que le brillan los ojos. Ellas desprenden luz y me iluminan. Hacen que brille. Es el mismo mecanismo que permite a la luna brillar gracias a la luz del sol.

Mi Diocesano

Dicen que los lugares no importan. Que un hogar no es una casa con un sofá y una cocina bonita, sino la persona a la que amas y con la que regresas cada día. Y que conste, creo que es verdad. ¿Acaso alguien prefiere quedarse con un lugar a hacerlo con una persona? Pero también pienso que existen lugares mágicos. Lugares que guardan almas, que guardan historias. Uno de ellos es este edificio con dos torres. Sientes todas las risas, vuelves a oír sus voces diciendo las mismas cosas de siempre. Incluso recuerdas las lágrimas y los malos momentos, acompañados de personas que convertían todo eso en felicidad. Cuando recorres este lugar y vas pasando por cada pasillo, revives los recuerdos.
Siento cada abrazo a escondidas con alguien que no debía abrazar y oigo los primeros "te quiero" de verdad que recibí y que regalé.
Pero, al fin y al cabo, este lugar estaría vacío sin las personas con las que se crearon esos recuerdos. Mil miradas especiales con esas dos torres de fondo

El valor de la vida

Hay quienes dicen que todos tenemos un precio. Que siempre va a haber algo por lo que te quieras vender. Por lo que dejes de lado tus principios. Eso puede valer. Es cierto que muchas personas lo han hecho, muchas lo están haciendo en este momento, y que también en un futuro otras lo harán. Porque sí, por más que pueda parecer cínico, es la pura verdad. Hay personas que valoran el dinero, las joyas, los coches: el lujo. Y que podrían cambiar cualquier cosa para poseerlo. Porque no hay nada más importante. Pero no. No creo que todo el mundo tenga un precio. Cuando el mayor tesoro es la familia. La amistad. Una puesta de sol. Un abrazo y un te quiero. Un helado en la terraza de aquella heladería. Una sonrisa fugaz en aquella plaza. El sonido de la risa de un niño. Cuando lo que más valoras en la vida es la propia vida, ni la muerte te puede amenazar con matarte. Porque si te arrebata la vida, ya estás muerto.