Te estás dando un baño de espuma y cuando estás a punto de
sumergir la esponja, piensas: pero si
está vacía, sin nada en el interior. Si aprietas, no sale nada, nada. No hay
sonrisas, no hay tristezas, no hay nada. Se sumerge y ves como la esponja va
absorbiendo el agua poco a poco. Va absorbiendo la vida. Se va llenando, se va
llenando de algo que no es suyo, de algo que no es suyo. Hasta que la sacan, de
cuajo, y ves como se va vaciando. Quizás se vaya vaciando en otro sitio, y
llenando otros lugares con la esencia de aquello que llevaba dentro, recalcando
así su memoria. Se vacía. Si la estrujas, solo sale agua, lágrimas, tristeza.
Quizás cuando aprietes salte de entre los dedos... una chispa, un chorrito de
alegría, algo que recuerde su felicidad fugaz, ahora se vuelve a quedar vacía,
pero no será lo mismo, se quedara vacía pero húmeda, se sentirá vacía de
verdad.
Ya ha experimentado lo que es estar llena, ahora sí que se
sentirá vacía. Vacía. Vacía. En cuanto a lo que se ha llevado, al sumergirse
cogió una parte de alguien que no volverá a esa persona a recuperar. Cuando te
llevas algo de una persona casi nunca lo recupera, eso te recuerda a ella y no
se sabe si por respeto, por honor, o por orgullo, no se quiere sacar de nuevo,
es como si fuera algo tuyo pero de él, y solo funciona en ese conjunto. En el
conjunto.
Somos esponjas. Yo no diría eso. Al menos no de la manera en
la que lo quieren representar. Cuando dicen que somos esponjas, se refieren a
que lo retenemos todo, y eso no es así. Es como el Alzheimer. Las personas que
lo padecen sí que son esponjas, van perdiendo sus recuerdos poco a poco, se van
vaciando, descendiendo el nivel, hasta que se quedan en cero. Qué raro
es. Vacía. Y aquí estoy yo, en un baño de espuma con una esponja. Estoy
cada día más loca… jajaja